Actualmente, en nuestro país no existe ninguna regulación que prohíba la venta de comida chatarra en escuelas y otras instituciones educativas, algo que sería fundamental para reducir el consumo de productos poco saludables que promueven muchas empresas transnacionales. Desafortunadamente, algunas autoridades han mostrado poco interés en este problema, a pesar de que organismos de salud alertan sobre los efectos negativos de este tipo de alimentos en los niños.
El consumo regular de comida chatarra impide el desarrollo adecuado de los niños al no aportar nutrientes esenciales, afectando su capacidad de aprendizaje y aumentando el riesgo de padecer anemia y otros trastornos físicos y químicos. También favorece el sobrepeso y la obesidad, impactando negativamente la autoestima de los niños. Además, a largo plazo, contribuye al desarrollo de enfermedades crónicas en la adultez, como diabetes, hipertensión, colesterol alto y problemas cardíacos.
Las bebidas carbonatadas y con cafeína, como los refrescos, agravan este panorama al dificultar la absorción de calcio, esencial para la salud ósea, y provocar molestias estomacales, como gastritis o estreñimiento. A pesar de estos riesgos, la falta de tiempo y energía después de largas jornadas laborales lleva a muchos padres a optar por soluciones rápidas y prácticas, como dar a los niños papas fritas, dulces y refrescos, en las mochilas como para las meriendas escolares, sin considerar los problemas de salud que esto ocasiona.
Ante esta situación, es urgente desarrollar un proyecto educativo que promueva una ciudadanía informada y activa, que se involucre en su salud y la de sus comunidades. Este proyecto debe fomentar una cultura nutricional comunitaria que priorice el consumo de alimentos naturales y accesibles, como frutas y verduras, que en nuestro país suelen ser abundantes como económicos.
Es fundamental enseñar a las familias a adoptar hábitos alimentarios nutritivos, equilibrados y variados, aprovechando los recursos de cada comunidad, y entender las implicaciones sociales, económicas y culturales de una buena alimentación. También es esencial que se comprenda el daño de los alimentos ultra procesados y genéticamente modificados, así como el impacto negativo del exceso de comida chatarra.
Los adultos deben ser un modelo de alimentación saludable para sus hijos, quienes no pueden decidir por sí mismos. Si los adultos optan por una alimentación nutritiva, inculcan en sus hijos hábitos que favorecerán su bienestar y el de futuras generaciones, promoviendo así una sociedad más sana y feliz.
Es necesario mencionar que la diabetes, las enfermedades hipertensivas, enfermedades cardiovasculares y las enfermedades isquémicas del corazón estuvieron entre las principales causas de muerte en el país en el 2013, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC).
En general, la comida chatarra produce una sensación de bienestar y saciedad debido a que estimula la producción de dopamina. Este es un neurotransmisor que produce placer, relajación y bienestar. Por esta razón, a menudo las personas se inclinan a consumir comida chatarra cuando sienten ansiedad o estrés. Alimentarnos con comida rápida (hamburguesas, pizzas, salchichas, bocadillos, patatas fritas, etc.) incrementa en un 51% el riesgo de desarrollar depresión, según un estudio realizado por investigadores universitarios. La comida ultra procesada tiene una huella hídrica mayor; contribuye a las emisiones de gases contaminantes que suele generar más basura. La producción de alimentos tiene impactos ambientales a distintos niveles según el tipo de alimento, desde la obtención de los insumos, su producción, distribución, e incluso al ser desechados.