San Sebastián nunca pierde

San Sebastián nunca pierde

Qué rico tuerto… Nunca le hizo falta el ojo que perdió en sus andadas alfaristas, para seguir siendo el mejor pelotaris.

Pero anoche, deganita, sólo porque le dijo la mala palabra, a uno que por ser le dolió tanto, llevaba el único ojo que le quedaba de luto escrito.

Y… ¡Unos Cuernos! y Recuerdos afloraban enteritos a los labios de don Justiniano, el cura.

-Qué le hubieran cortado el pescuezo… Qué le hubieran cargado los diablos…, santo y bueno se lo merecía. Pero, dejarse emplomar el único ojo, ahora en vísperas del desafió con los de Guaytacama. ¡No! Francamente, no hay derecho.

Las iras de don Justiniano eran santas. Las iras de los vecinos profanas; y sin embargo, eran por la misma causa: el único ojo del tuerto a la vinagreta cuando apenas faltan unas pocas horas para la gran revancha con los de Guaytacama.

-Si, claro, en San Sebastián no faltan pelotaris, y de los buenos: ahí está el Marquito, D. Aurelio, el Zutano y el Mengano. Pero, recuerno, el compromiso es grande. Sí señor, de los más grandes… Los chagras de Guaytacama se beben los vientos por ganarse este desafío. Y, ahora primero este badulaque, dejarse cerrar el ojo… Si tuviese los dos con los que vino al mundo, santo y bueno, pero se tratar de que sólo le queda uno…

-Pero no… Esto no se queda así… ¡Santo Cielo!…, que me lo lleven al convento… Hojas de ortiga, sebo bien caliente, dan efectos milagrosos en estos casos…

-¡Recuerno!… Cómo… ¿Que todavía no se despierta de la mona?…

– ¡Únanse los cielos y la tierra!… Revienten todos los diablos… ¡De Don Justiniano no se burla nadie…! Baldes de agua fría… Arrastre de los cabezones… ¡A ver…!

San Sebastián está de fiesta. Hoy es el día de la Patrona. Anoche se celebraron las vísperas.

Dicen las gentes que nunca hubieron vacalocas más briosas, nunca los castillos bordaron con más vivos colores el terciopelo negro de la noche, ni los chiguaguas bailaron mejor entre los arcos de fuego que trazaban los rastreros. Qué regios montes de chamiza, qué lindas malvas, qué bandas de música y qué tragos más sabrosos.

Pero si anoche estaba el barrio que no cabía  en sí, hoy está que pierde la cabeza.

Ahora se va a ver quién es quién, si los de San Sebastián o los de Guaytacama se llevan la bandera.

Nunca perdieron los de San Sebastián en su plazuela, ni en ninguna otra; pero el año anterior en Corpus Christi los de Guaytacama les hicieron “cargar los guantes”. Decían que hubo trampa; que antes del juego les dieron chicha con adormidera; que al sacador le sopló el Guaco trago con guantu. Cómo sería… Lo cierto es que, tramposos o no los guaytacamas supieron festejarlo. Y tenían razón porque ganarle a San Sebastián no es poca cosa. Taita Viche, celebró misa cantada en acción de gracias y adelantaron los cinco días de toros que debían correrse el 10 de Agosto.

Ahora se juega el desquite. Don Justiniano, está que el alma se le vuela…

La misa de fiesta celebró a las 10 de la mañana y no a las doce como es de costumbre; su inquietud era espantosa; se tropezó en el atril, le dio al diácono con el incensario en la cabeza; el panegírico fue una divertida mezcolanza de las cosas sacras con boleos y chambeños; y, finalmente, casi se olvidó de dar la bendición.

Juegue donde juegue San Sebastián, la cosa es seria. Todos los pelotaris de todas las partes saben que en San Sebastián juegan como los dioses. Los comentarios del encuentro volaron de plaza en plaza, de chaquiñán en chaquiñán. En los gallos y en los velorios donde sábese hacer chistes, les llaman “los tiranos”.

De todas partes han venido para “gustar” el gran evento. La plaza está que “hierve”, y El Empedrado es una feria de ricuras. Hacia allí se dirigen las “jorgas” a saborear ese hornado de las Roques, esos tamales de Mama Miche, esos motes y chochos salpicados de perejil del Picante Barato.

¡Ah! y también esa chicha sobrada de la Barbarita…

En el pretil de la Iglesia, la banda de música de Don Camilo pone de punta los corazones con la sentimentalidad de su última creación “El Leovigildo” (Quién lo diría entonces que después de cuarenta años, un chulla pícaro  y audaz se robaría la melodía y cambiado uno que otro compás cosecharía en lugar distante, la celebridad que a su autor le fue negada.)

Pero, no vamos ahora a enderezar entuertos, porque don Justiniano ya sale del convento con su equipo, y…, y también sale el Tuerto luciendo apenas una pequeña sombra tornasolada alrededor del ojo.

–                ¡Viva el Shairiucu!

–                ¡Viva San Sebastián!

–                ¡Viva la Parroquia Juan Montalvo!…

Ya se ha abierto la cancha de juego; esto es, se ha abierto un túnel entre el gentío de unos 8 metros de ancho por 50 de largo.

El tuerto se está calzando el guante, mejor dicho lo está calzando el cura. Las angustias de ayer se han disipado. Y es que, ¿quién podía reemplazarle en la torna?… Si Dios y la Patrona no permiten que se ponga güiro, mandará la pelota hasta las playas del Yunayacu…

¿Por el Santos?… Tranquilos, lo menos le da cuatro trancos al otro sacador. ¿Y el Navigio y el Zurdo?… para qué hablar, como cuerdas, no han encontrado la horma… ¡Qué caray…! A San Sebastián nadie le gana.

A ver… A ver… Aquí viene el primer saque del Santos. Ya se da impulso… Balancea el guante… Corre… Botea… Y allá va la pelota de 6 libras de caucho purito describiendo una curva tan alta como los eucaliptos que bordean la plazuela, con dirección hasta el Gallardo, el gran torna de Guaytacama. Éste, mide al instante las distancias, retrocede, bordea el enorme guante guarnecido de unos clavos semejantes a los de los rieles del ferrocarril, recibe… Y… Uhhhhhh… la vuelta sale güira y la bola va a darse contra la techumbre de la Iglesia, ¡Viva San Sebastián, caraju! Grita la vacaloca. Y San  Sebastián ha hecho el primer quince.

Va a sacar nuevamente el Santos, Don Justiciano le da las bendiciones. El Gallardo se apercibe… Pero el saque, esta vez, lo hace templado, medido científicamente para hacerle a la bola traspasar apenitas la tranca. El Jiménez que está de medio torna, contesta con boleo templado. Y es entonces cuando del suelo surge el Navigio y recibiendo de buenas, con lindo chambeño, corta la cuerda cerda de la tranca, haciendo una chaza que sólo San Sebastián podrá ganarle, Don Aurelio y el compadre Miguel, seguidos de los de Guaytacama examinan los botes de la bola, y cuando ya se han puesto de mutuo acuerdo, el comandante Medina la escribe con el asta de una banderita liberal.

-Ahora, Santitos, sácale al Gallardo, sácale bien arriba para que el chagra vuelva a echarse la falta, le murmura al oído, el cura mánager. Acoge la orden el Santos religiosamente, se impulsa y manda la bola por la nubes con la dirección pedida. El torna de Guaytacama bien plantado, lleno de elegancia saca el guante a su encuentro con todo el amor del brazo. Y… allá va… Qué lindura… Qué lindo brazo… Bien vale la pena venir desde Angamarca y El Corazón a lomo de mula chúcara para ver esto… Los otros jugadores se abren retirándose a las cuerdas, porque saben que con el Gallardo son los “amores” del Tuerto. Y se establece lo que nunca ojos humanos vieron, el duelo entre estos dos titanes, en lo que sería deportivamente el día más luminoso de sus vidas: Ocho veces impulsaron la pesada pelota contestándose de guante a guante sin que ésta topase el suelo, en cada ocasión agrandando la órbita todo esto, dentro de los límites de las líneas que circunscriben el campo de juego. Los pelotaris, los que pueden sopesar lo que esto significa lloran en medio del suspenso en que ha caído la multitud. Nunca, francamente nunca se ha visto esto. don Justiciano reza la Magnífica, con la manos sobre el pecho, los ojos cerrados, todo dentro de su ser pidiendo el milagro… Un alarido de miles de gargantas rompe su místico trance, abre los ojos. No…no. No puede ser… Sí, el Milagro se produjo, pero sus ojos transportados este momento al cielo no pudieron ver ni volverán a ver nunca lo que aconteció en la cancha: El Tuerto dominando el guante con músculos y nervios de acero y en un instante de inspiración sublime, a la octava torna del Gallardo, devolvió de magistral filazo, atizándole un cañonazo formidable que impulsó a la bola a describir una parábola eterna, el guaytacama retrocedió todo lo que pudo, mas, nunca la alcanzaría, se le fue por encima a caer en la puerta de la tienda de las Roques, punto geográfico, Estrella del Norte, referencia, mira, punto hipotético hacia donde las tornas enfilan la bola sólo como dirección, mas nunca, con la esperanza de llegar a esa distancia.

Después de esto… Morirse. Qué más se puede ver en el mundo…

El delirio de la multitud ha llegado al clímax, don Justiciano es el único que no sabe lo que ha pasado, a todos averigua y nadie puede explicarle. Y en esta locura colectiva, sólo las Roques están que trinan, porque la bola descargó la energía acumulada en ella por los gladiadores, haciendo pitis los cueros reventados.

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