Jorge Medardo Ulloa Herrera, latacungueño, estuvo entre nosotros veintiséis años y diez meses, hijo de padres migrantes que llegaron a esta tierra mashca desde el norte del Ecuador.
En el corazón geográfico de la patria, la familia encontró su emocional sur que los integró para siempre a esta telúrica tierra del volcán tutelar, el Cotopaxi. Jorge Medardo, después de librar épicas batallas por la vida, inesperadamente y sin pedir permiso a nadie decidió iniciar su viaje a la eternidad en una fría mañana del 23 de julio del 2024.
Su partida deja una huella imborrable en nuestros corazones; nos embargan sentimientos de desolación, vacío, tristeza profunda, dolor agudo, melancolía y nostalgia. Pero esa conexión especial, espiritual con él, es ahora más fuerte que nunca, estamos unidos por un vínculo indestructible de amor incondicional.
Este joven latacungueño con una discapacidad intelectual producida por el siempre deficiente servicio de salud pública de nuestro país, ha sido capaz de unir a la familia, visibilizar las desigualdades sociales y despertar la empatía de todos quienes le conocieron, su legado trasciende lo personal para convertirse en un faro de esperanza, repleto de hermosas lecciones de vida, de transformación personal, de gratitud infinita por el tiempo compartido.
Jorge Medardo, a pesar de las limitaciones que imponía su condición, nos enseñó el verdadero significado de la vida. Con su sonrisa contagiosa y su alma pura, nos demostró que la felicidad no reside en las capacidades, sino en saber amar y ser amado. Su presencia en nuestras vidas nos hizo más humanos, más compasivos y más conscientes de la importancia de cada individuo, sin importar sus diferencias.
Él fue un puente entre mundos. Gracias a él, fuimos capaces de comprender las barreras que enfrentan las personas con discapacidad en nuestra sociedad y la necesidad urgente de construir un entorno más inclusivo y accesible. Su lucha fue la nuestra, y juntos nos convertimos en defensores de una causa justa y noble.
Gracias a Jorge Medardo, nuestra familia se fortaleció como nunca antes. Aprendimos a valorar las pequeñas cosas, a celebrar la diversidad y a encontrar la belleza en la imperfección. Su legado nos inspira a seguir trabajando por un mundo más justo y equitativo, donde todos tengamos las mismas oportunidades de desarrollo y realización personal.
Mi hijo no se ha ido, simplemente ha cambiado de dimensión. Su espíritu sigue vivo en cada uno de nosotros y en todas las personas que tuvieron la fortuna de conocerlo. Su partida es una pérdida irreparable, pero también una invitación a seguir construyendo un mundo a su imagen y semejanza, donde la inclusión sea una realidad y la humanidad, nuestro mayor tesoro.
Deja un vacío inmenso en nuestros corazones, pero su amor y su luz seguirán guiándonos siempre. Supo enseñarnos el verdadero significado de la vida y, aunque, físicamente ya no esté con nosotros, su legado vivirá. Invito a todos quienes lean estas letras a involucrarse en causas relacionadas con la discapacidad; a ser capaces de generar resiliencia, sinergia, esperanza, fe en un futuro más equitativo, inclusivo y justo.