En la parroquia San Pedro de Mulalillo, cantón Salcedo, las celebraciones del Inti Raymi y Corpus Christi ya se sienten, y lo hacen a través de una de sus expresiones más emblemáticas: el tambonero, ese personaje que con su ritmo acompaña procesiones, rituales y fiestas, pero que también ha estado a punto de desaparecer del paisaje festivo. Para evitarlo, la comunidad se ha unido en torno al IV Festival del Bombo y el Pingullo, una iniciativa del GAD Parroquial que busca preservar una tradición viva y devolverle protagonismo.
Lorena Guamaní, vocal del GAD Parroquial de Mulalillo, ha sido una de las impulsoras de este evento que en sus cuatro ediciones ha ganado reconocimiento local y regional. “Una de las ideas principales fue rescatar y mantener viva nuestra cultura. Esta tradición siempre está presente en las festividades de nuestras comunidades, pero no tanto en el centro parroquial. Por eso propusimos hacer este festival, para visibilizar y fortalecer esta expresión que es parte de nuestra identidad”, explicó Guamaní durante la jornada.
El festival, realizado días previos al Inti Raymi, ha tenido cada año una acogida creciente. En esta cuarta edición se convocaron a seis tamboneros, aunque se tenía prevista la participación de más. Sin embargo, muchos de ellos también estaban comprometidos en otras celebraciones, como las que se desarrollaban en la comunidad de Unalagua.
“Más allá de la cantidad de participantes, lo importante es promover la cultura viva de nuestra querida parroquia y evitar que se pierda con nuestros abuelos. Queremos que los niños, jóvenes y toda la ciudadanía se interese por esta música y estas tradiciones”, añadió.
El tambonero, acompañado de su pingullo —una flauta andina que con su melodía aguda evoca las montañas— no es solo un músico; es una figura clave en los recorridos festivos, un animador cultural que anuncia el inicio de las comparsas y acompaña los rituales comunitarios. Su presencia es sinónimo de fiesta, de encuentro, de espiritualidad colectiva. Pero su permanencia se ha visto amenazada. Muchos de los antiguos tamboneros han fallecido, y las nuevas generaciones no siempre se sienten llamadas a asumir ese rol.
Raúl Solís, también vocal del GAD parroquial, comparte esa preocupación. “Cuando recién empezamos con el festival, tuvimos más o menos doce tamboneros. Ahora tenemos seis. A veces coincide con otras festividades, como el Inti Raymi en Salcedo, y eso también afecta la asistencia. Sin embargo, este año uno de los tamboneros no es de Mulalillo, sino de Tungurahua. Eso demuestra que esta tradición todavía vive más allá de nuestras fronteras y que vale la pena seguir apostando por su rescate”, comenta.
El festival se convierte así en un espacio de memoria, pero también de innovación. Los asistentes no solo disfrutan de las presentaciones musicales, sino que también participan en talleres, exposiciones y encuentros entre generaciones. Niños y jóvenes tienen la oportunidad de conocer los instrumentos, aprender sus ritmos y comprender el contexto cultural que los sostiene. El objetivo es claro: sembrar en las nuevas generaciones el interés y el orgullo por sus raíces.
El GAD parroquial ha emprendido un proyecto de preservación cultural más amplio que busca dar sostenibilidad a estas iniciativas. “No queremos que sea solo un festival al año. Estamos trabajando en un plan que incluya talleres permanentes, apoyo a los músicos locales y documentación de estas tradiciones. Queremos que el tambonero y el pingullero no sean personajes del pasado, sino del presente y del futuro”, enfatiza Guamaní.
Y es que Mulalillo es una parroquia rica en tradiciones. Aquí, los disfraces, las comparsas y los rituales tienen un lugar protagónico en el calendario festivo. Desde las fiestas de San Pedro hasta el Corpus Christi, pasando por el Inti Raymi, cada celebración es una oportunidad para que la comunidad exprese su cosmovisión andina y su resistencia cultural.
En ese sentido, el IV Festival del Bombo y el Pingullo no solo es un evento artístico, sino también una declaración política y espiritual. Una manera de decir: “aquí estamos, esto somos, y no dejaremos que nuestras costumbres se pierdan”.
Durante el festival, las melodías tradicionales se entrelazan con danzas, testimonios y exposiciones. La plaza de Mulalillo se llena de vida, y el sonido del bombo resuena entre los cerros como un eco de los antiguos tiempos. No es difícil imaginar a los abuelos de la comunidad, muchos de ellos ya fallecidos, sonriendo desde algún rincón, sabiendo que su legado no ha sido olvidado.
El evento ha sido reconocido también por autoridades cantonales y provinciales, que valoran el esfuerzo comunitario por mantener vivas las manifestaciones culturales. Desde el Municipio de Salcedo hasta la Prefectura de Cotopaxi, varias entidades han mostrado su interés en apoyar futuras ediciones del festival y promover la articulación con otros proyectos de cultura viva comunitaria.
Sin embargo, el principal motor sigue siendo la comunidad. Son los vecinos, los músicos, los niños y las familias quienes hacen posible que esta tradición continúe. “Tenemos que seguir. El festival debe continuar muchos años más. Ojalá algún día podamos tener una escuela de música tradicional aquí en la parroquia. Ese sería un sueño cumplido”, afirma Solís con entusiasmo.
Mientras tanto, el sol sigue su ascenso hacia el solsticio, y en Mulalillo el tambor no deja de sonar. Porque mientras haya quien lo toque, mientras haya oídos que escuchen su ritmo, la memoria seguirá viva. Y con ella, la esperanza de que la cultura andina siga latiendo fuerte, con la fuerza de los pueblos que no se rinden.