El día en que la ruralidad sonrió

El día en que la ruralidad sonrió

El primero de junio, mientras en los centros urbanos se repartían globos, se organizaban shows de payasos y los centros comerciales ofrecían promociones por el Día del Niño, en las faldas de la montaña, en el sector de Unión y Trabajo de la parroquia San Pedro de Mulalillo, en Salcedo, ocurrió algo extraordinario. Por primera vez en años, los niños de las comunidades altas celebraron su día no desde la lejanía, no desde el olvido, sino como protagonistas de una jornada pensada para ellos.

La cancha central de Unión y Trabajo, un espacio de tierra compacta rodeado de viviendas humildes, se transformó en un colorido escenario de juegos y afecto. Desde temprano llegaron familias enteras. Algunas caminaron por más de una hora desde comunidades vecinas como Chirinche Alto, San Juan y San Diego. Las madres cargaban a sus pequeños en los rebozos, los padres traían colaciones y mantas. El ambiente era de fiesta, pero también de incredulidad. “Nunca habíamos visto algo así aquí”, decía entre sonrisas Rosa Yanchapaxi, madre de cinco hijos. “Mis guaguas pensaban que el Día del Niño era solo en la tele”.

La artífice de esta jornada fue Kaya Ilaquiche Tibán, Reina del cantón Salcedo. No eligió un salón elegante ni un evento en el parque central. Junto a Edison Yánez, dirigente comunitario de Mulalillo, y con el respaldo del GAD parroquial, decidió que esta celebración debía llegar donde usualmente no llega nada: a las comunidades más alejadas, esas que, como ella dijo, “no salen en las fotos ni en los discursos, pero que también sueñan, también crecen y también tienen derecho a ser felices”.

Kaya, vestida con un traje típico andino bordado a mano, con la melena suelta y la sonrisa amplia, no solo dio la bienvenida. Ella repartió dulces, infló globos, ayudó a colocar los inflables y abrazó a cada niño que se le acercó. “No quise celebrar solo en el centro”, explicó. “Estas comunidades me han visto crecer. Mi compromiso es con ellas”.

Los recursos para la jornada fueron fruto de la autogestión. Ciudadanos de Salcedo y Latacunga tocaron la puerta de la reina para donar juguetes, ropa, alimentos y hasta helados. También se sumaron pequeños emprendimientos y comerciantes que ofrecieron su ayuda. Uno de ellos fue Gustavo Cuji, panadero, quien horneó más de 300 panes para repartir entre los asistentes. “Mis nietos viven en estas tierras. Esto es por ellos”, comentó.

Uno de los momentos más significativos fue la llegada de la unidad odontológica móvil IGUAIRA, de Cotopaxi Solidario. Muchos niños nunca habían visitado un dentista. Allí, bajo el sol de mediodía, decenas de pequeños se sentaron en la silla clínica improvisada en el vehículo. Algunos lloraron de nervios, otros se reían de los cosquilleos del cepillo. “Me dolía la muelita y ahora ya no”, dijo Daniel, de ocho años, mostrando su diente sellado.

Brayan Ayala, jornalero de la zona, llegó con su hija Samantha de siete años. “A veces sentimos que no existimos para nadie”, dijo con voz baja. “Pero hoy vi a mi guagua sonreír, correr, abrazar a una reina, recibir un regalo. Eso me llenó el alma”. Samantha recibió un monopatín, y no se despegó de él ni un segundo. “Es mío”, repetía feliz mientras lo mostraba a otros niños.

La jornada avanzó entre juegos, pintacaritas, concursos de baile y refrigerios. No hubo discursos largos ni inauguraciones protocolares. Hubo ternura, cercanía y un profundo sentido de justicia. Porque esta no fue solo una fiesta: fue una reparación simbólica, una jornada que mostró que los niños de la ruralidad también importan, también cuentan.

Edison Yánez, uno de los gestores comunitarios, resaltó que más allá del festejo puntual, es urgente atender las condiciones estructurales que afectan a estas comunidades. “Aquí la desnutrición infantil es real”, advirtió. “No hay agua potable aún, los caminos son precarios, y el acceso a la salud o la educación está lleno de obstáculos”. Señaló que estas situaciones han sido invisibilizadas por años y que se necesita voluntad política para cambiar esa realidad.

El festejo no se quedó en Unión y Trabajo. Kaya y su equipo recorrieron también Chirinche Alto, San Juan, San Diego y finalmente llegaron al centro de Salcedo al anochecer, cerrando un recorrido de casi 12 horas. En total, más de 200 niños fueron homenajeados en diferentes sectores. Muchos regresaron a casa caminando, cargando su balón nuevo, su muñeca o su caja de dulces, mientras el viento serrano se llevaba sus risas montaña abajo.

La experiencia dejó huella en todos los involucrados. Kaya se mostró emocionada. “He aprendido más hoy que en muchos eventos”, dijo. “He visto que la dignidad empieza con cosas pequeñas, con gestos que dicen: ‘te veo, te valoro, te celebro’”.

Para muchos niños, el primero de junio de 2025 no será solo el Día del Niño. Será el día en que se sintieron visibles. Será el día en que la ruralidad sonrió.

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