En pleno centro histórico y colonial de la ciudad de Pujilí, se levanta la capilla del barrio ‘Jesús del Gran Poder’, frente a la cabecera norte de la plaza ‘Sucre’ y su parada integral de buses, en plena avenida ‘Velasco Ibarra´ y calle ‘Sucre’, que tiene mucha historia, tradición y religiosidad entre sus antiguos pobladores y que buscan mantener en las generaciones contemporáneas.
Es por ello, que el sábado 1 de febrero desde las 17:00 se ofició la eucaristía de acción de gracias y homenaje a don Aurelio Chancúsig, que junto a su esposa Olga Herrera en 1966 fueron los donantes del terreno donde ahora funciona la capilla y elevan sus oraciones al todopoderoso. Al finalizar la santa misa se hizo el descubrimiento de una placa de agradecimiento por tan noble gesto.
El padre Luis Arias, párroco de San Buenaventura de Pujilí, indica que el primer sábado de cada mes, desde las 18:00 se celebrarán las eucarísticas en dicha capilla. Des su parte, Rodrigo Herrera Bonilla, como presidente del barrio agradece por el apoyo de la municipalidad, en especial del exalcalde Luis Ugsha, y a cada una de las familias y amigos que han hecho posible la donación de las bancas, sillas, cuadros, pintura, cerramiento y más equipamiento, para que funcione la casa de Dios.
En un alto de la misa, la representante familiar Anita Azucena Chancúsig ofreció la Reseña Histórica sobre sus padres, donantes del terreno y la colocación de la placa en la entrada a la capilla en su gratitud.
‘En este día muy especial para la familia Chancúsig Herrera, es un honor para mí, en representación de mis hermanos mayores, compartir con todos ustedes un homenaje a nuestros queridos padres. Agradezco la presencia de cada uno de ustedes, así como la del padre Luis, quien nos acompaña en este momento significativo.
Hablar de nuestros padres es una tarea que podría llevar mucho tiempo, y entiendo que todos tenemos compromisos. Por ello, permítanme ofrecerles una breve biografía de dos personas que han dejado una huella imborrable en nuestras vidas: Aurelio Chancúsig Defaz, quien en paz descanse, y Olguita Susana Herrera Villarroel, que hoy nos honra con su presencia.
Aurelio nació en Guaytacama el 29 de enero de 1928, hijo de Antonio Chancúsig y Sebastiana Defaz Ramírez. Por su parte, Olguita vio la luz en el cantón Pujilí el 26 de noviembre de 1935, hija de Víctor Manuel Herrera Troya y Rosa Villarroel Ortiz.
Desde joven, mi padre se aventuró a dejar su tierra natal, enfrentando numerosos desafíos en su camino. Se destacó en diversos oficios, incluyendo la mecánica y el transporte, y siempre nos contaba con orgullo cómo logró obtener su certificado de chofer profesional, recordándonos que no cualquiera podía lograrlo.
Mi madre, por su parte, aprendió desde temprana edad el arte de la cocina y la venta de alimentos, un legado que recibió de su familia materna. El destino quiso que, a través de un hermano de mi madre, se conocieran y, tras un hermoso flechazo, nació un amor que perduró 68 años. Se casaron el 1 de agosto de 1954 y de su unión nacieron ocho hijos: Lourdes, Antonio, Aurelio, Susana, José, Marco, Consuelo y Anita.
Mis padres siempre fueron personas responsables y trabajadoras. Después de varios años de arrendar, lograron adquirir la propiedad donde actualmente reside nuestra familia, un espacio que mi padre soñaba que fuera amplio para que sus hijos pudieran crecer y desarrollarse plenamente, pero sobre todo que puedan realizar sus actividades con libertad.
A lo largo de sus vidas, se caracterizaron por practicar valores fundamentales como el respeto, la honradez, la responsabilidad y la solidaridad. Pero, sobre todo, quiero destacar la generosidad que siempre los definió. Mi madre es recordada con cariño por todos aquellos que pasaban por su negocio, mientras que mi padre dejó una marca indeleble en su gremio, siempre comprometido con su comunidad.
Uno de los valores más grandes que nos transmitieron fue la fe. No solo la proclamaban, sino que la vivían y la compartían con nosotros, sus hijos. Esta fe inquebrantable fue la que los llevó, el 17 de noviembre de 1966, a donar un terreno para la construcción de la capilla del barrio ‘Jesús del Gran Poder’.
Para ponerlo en contexto, se casaron en 1954, y siendo un hombre y una mujer de lucha, trabajo y emprendimiento, adquirieron el terreno el 21 de octubre de 1964 (10 años de matrimonio). Solo dos años después, y gracias a la fe inquebrantable que caracterizaba a mi difunto padre y a mi madre Olguita, se justificó la donación del lote en el que hoy contemos con la Capilla, un espacio de acogida para quienes practicamos la religión católica y un lugar de integración barrial.
Es importante recordar que, a pesar de las dificultades, mis padres nunca dudaron de su capacidad para hacer el bien. Mi padre solía decir que su primer heredero fue Jesús del Gran Poder, y esa fe fue el motor que los impulsó a donar el terreno. Este acto generoso refleja su profundo compromiso con la sociedad y su deseo de crear un espacio de acogida y unidad para todos.
A menudo se dice que uno no es profeta en su propia tierra, y así fue mi padre: un migrante que dejó un legado en todos los que lo conocieron y en los grupos que integró, que decir de mi madre Olguita. La herencia para el barrio y la parroquia San Buenaventura de Pujilí es el terreno donde hemos sido partícipes de la eucaristía.
Finalmente, hoy, en este acto de gratitud, queremos honrar su legado y la generosidad que nos enseñaron. Agradecemos especialmente al padre Luis Arias, quien ha sido un pilar en este proceso y nos ha motivado a llevar a cabo el descubrimiento de una placa que identificará a nuestros padres como los donantes de este terreno. Deseo realzar los 68 años de casados, que persistió hasta el final por el amor eterno que se juraron. Mi Padre falleció el 2 de agosto de 2022 y mi Madre aún sigue cosechando la gratitud de las personas que la conocen.
‘Guárdame en tus ojos y siempre existiré, guárdame en tu memoria y cada instante renaceré, guárdame en tu corazón y nunca moriré” Así mismo es mi amado Padre.
Seguidamente, los invito a acompañarnos en este momento tan relevante para la familia, como es el descubrimiento de la placa como justo reconocimiento a nuestros amados Padres. Por lo que, pido aplausos que lleguen hasta el cielo para mi padre Aurelito, así como para mi madre Olguita aquí presente.