Una de las ciudades más hermosas, cautivadoras y mágicas del mundo, sin duda es Buenos Aires. La visité por primera vez en diciembre de 1974, con ocasión de una reunión de autoridades aeronáuticas de la región. Ejercía la presidencia de la república argentina la señora Maria Estela Martinez viuda de Perón, quien sucedió al general Juan Domingo Perón a su fallecimiento el 1 de julio de ese año. La ciudad majestuosa, con sabor europeo, se distingue entre las de mayor cultura. Su gente es producto de grandes migraciones provenientes de Italia y España, fundamentalmente.
La obvia curiosidad del visitante está dirigida a preguntar al taxista que lo traslada desde el aeropuerto a la ciudad: ¿cómo va la economía?, ¿qué tal la nueva presidente? Y las respuestas son de queja total y un bota fuego contra el gobierno. En ese entonces los ecuatorianos éramos los millonarios, por aquello del petróleo y la moneda local en permanente devaluación. Iguales manifestaciones de pesadumbre se escucharon posteriormente en sucesivos gobiernos.
En efecto, nada cambió durante el gobierno del general Jorge Rafael Videla, y más bien se agravó por la dura represión y no se preocupó por reordenar la economía del país. Con Raúl Ricardo Alfonsín, de la Unión Cívica Radical (UCR), se aspiraba cambiar el rumbo económico, pero desafortunadamente la fuerza peronista no le dejó terminar su mandato. El malestar de la gente seguía igual. Con Carlos Saúl Menem la situación tendía a mejorar: intentó establecer una economía libre; tuvo signos de lograr resultados, pero sucesores de corte justicialista echaron abajo todo intento.
Pasaron Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde sin mayor dirección. Y vino el desastre: los Kirchner, marido y mujer, dejaron en el mayor desastre económico y moral a la nación argentina. Macri fue el primer intento serio por tratar de revertir la situación, pero el país volvió a tropezar con Alberto Fernández que la terminó por arruinar. Durante todos estos gobiernos, ya por trabajo, ya por turismo, visité Buenos Aires, y su gente seguía quejándose duramente de lo poco o nada que hacen por solucionar sus problemas. El taxista es el que da su impresión de lo que realmente pasa.
Al cabo de algunos años, he vuelto de paseo: añoraba visitar la ciudad encanto que me acogió en 1985; ahora utilicé varios informantes, todos taxistas, muchos eran migrantes y les hice directamente la pregunta: ¿Y qué tal Milei? Y bueno, está haciendo lo que prometió; está cambiando; se ven mejoras; es difícil que la gente acepte cambios de largo plazo, cuando tiene necesidades hoy y ahora, pero hay voluntad. No escuché hablar mal del presidente. Ciertamente es otro escenario el que tienen: gente trabajando, las personas muy amables, atentas con el turista, dispuestas a ayudar.
En fin, mucho cuenta la percepción y el ambiente no está cargado de negativismo. El liderazgo está presente cumpliendo su objetivo: lograr cohesionar al país y cuenta con el respaldo de la gente que quiere que todo cambie para bien.