Ya se ha hecho costumbre que cada año se celebran dos sesiones simultáneas en homenaje al 9 de octubre de 1820: por un lado, la del cabildo guayaquileño, y, por otro, la de la gobernación del Guayas. En ambas, sendos discursos alusivos a la fecha están al orden del día y, claro, aprovechan para lanzarse uno que otro dardo en el campo político y los reclamos están por supuesto presentes, a manera de presión, por falta de atención gubernamental. La Asamblea también se hizo presente -faltaba más-, pues había que viaticar.
A pesar de las enormes diferencias que existían en el plano político, en el año 1968, el presidente José María Velasco Ibarra y Assad Bucaram, presidente de la república y alcalde de Guayaquil, en su orden, presidían el desfile por la avenida 9 de octubre, en demostración de respeto a la ciudad y a su gente, en la fecha de independencia de la misma. Eran otros tiempos realmente y había un manifiesto gesto de respeto mutuo por las respectivas dignidades que ejercían y en modo alguno resignaban sus respectivas posiciones.
De un tiempo acá, el principio de respeto a la máxima autoridad del país se ha ido perdiendo y no se invita al presidente; esto tiene que ver con la educación. Hace rato se ha dejado de lado inculcar a los educandos elementales valores cívicos y morales; más bien han enseñado ciertas ideas e ideologías que son parte del reencauchado izquierdismo que penetraron en varios países de la región con resultados nefastos para sus ciudadanos. El caso venezolano es el ejemplo más patético y representativo del fracaso económico y social de este oprobioso sistema.
En la actualidad el denominado protocolo en las relaciones tanto nacionales como internacionales ha sido desterrado; éste solo busca orden para llevar los actos sociales de forma armónica. Según Ignacio Llorente, “su objetivo es facilitar un marco de orden y estructura en el que se puedan desarrollar acciones de forma ordenada …”. No se trata de establecer procederes zalameros o comportamientos hipócritas en materia de los tratos entre personajes; se trata solamente de actuar bajo normas de respeto mutuo, orden en el tratamiento de temas y cuidado en no afectar indebidamente intereses de las partes.
El nuevo protocolo que se exhibe hoy es de naturaleza directa, sin mayores formas, e, incluso, sin observar elementales normas de conducta obvias. A veces, incluso, han existido excesos que rayan en el irrespeto a la dignidad. Recordemos que Chavez, en plena asamblea de la ONU, tildó de “mister danger” al presidente George W. Bush, y como había hablado antes, mencionó que el podio “huele a azufre”. Esto no es raro ciertos dirigentes de corte izquierdista, solamente para atacar al imperio en forma cansina.
En lo nacional penosamente se han perdido las formas: desde no invitar al presidente a la sesión solemne por la fecha de independencia de Guayaquil, hasta aprovechar este tipo de eventos para descalificar, desdeñar, menospreciar, desairar. Los problemas del país no se arreglan con bravatas ni con niñerías; se solucionan a base del diálogo, de la conversación directa, de la presentación de proyectos financiados, sin esperar que todo le dé el “papá estado”.
Hay que volver a la normalidad manejando la relaciones con valores, con educación y respeto. No es difícil hacerlo: tan sólo se requiere desprendimiento, dejando de lado las cuestiones ideológicas y los intereses personales. Hay que respetar para que los respeten.