Olga Cruz: medio siglo tejiendo la fe y la tradición en Salcedo
En un rincón del bullicioso Salcedo, entre telas, hilos y una vieja máquina de coser, Olga Cruz ha dedicado 47 años de su vida a un arte que mezcla devoción y creatividad: confeccionar trajes para el Niño Dios, vírgenes y santos. Su taller, ubicado en la intersección de las calles González Suárez y Olmedo, no solo es un lugar de trabajo, sino un espacio donde las tradiciones cobran vida a través de sus manos hábiles. Sin embargo, mientras los años avanzan, Olga reflexiona sobre el futuro de su legado.
“Este podría ser mi último año. Ya no tengo fuerzas, la vista me falla y siento que el tiempo me ha alcanzado”, confiesa con nostalgia. Pero aun con esas limitaciones, sigue cumpliendo los pedidos de quienes llegan a su taller buscando sus creaciones únicas. Desde mantos pequeños hasta elaboradas vestimentas para figuras religiosas de gran renombre, Olga ha dejado su huella en distintas partes del país.
Entre sus obras más destacadas están los trajes del príncipe San Miguel de Píllaro, el arcángel de Cuenca y la Virgen del Cisne, figuras icónicas que año tras año lucen sus creaciones en las festividades más importantes. “A mí me conocen en todos lados. Creo que mi Diosito me bendice por lo que hago, porque siempre lo he hecho con amor y dedicación”, afirma, mientras repasa con sus dedos una tela bordada con delicados detalles dorados.
El oficio de Olga no es sencillo. Para confeccionar un manto grande, puede dedicar hasta tres días de trabajo continuo, mientras que los más pequeños, aunque menos exigentes, le toman alrededor de tres horas. Cada puntada es un acto de paciencia y devoción. “Trabajo todo el año para estos pedidos. Si me piden un traje de payaso para el Niño Dios, lo hago; si quieren algo más tradicional, también está listo. Siempre trato de cumplir con lo que la gente necesita”, asegura con una sonrisa llena de orgullo.
Sin embargo, su dedicación no se limita solo a la confección. Olga también ofrece tejidos, trabajos a mano y piezas elaboradas con máquina, adaptándose a las necesidades y presupuestos de sus clientes. “Tengo mantos desde tres dólares en adelante, porque creo que todos deberían tener acceso a vestir a sus imágenes como desean. Mi objetivo siempre ha sido servir a la gente y mantener viva nuestra tradición”, explica.
El tiempo, sin embargo, no ha sido su único desafío. Olga enfrenta ahora un dilema que la llena de incertidumbre: el futuro de su oficio. Sus hijos, aunque orgullosos de su trabajo, han optado por otros caminos y viven lejos de Salcedo. “Me preocupa que este legado se pierda. Mis chicos no pueden encargarse, y aunque algunas de las chicas que trabajaron conmigo quisieron comprar el taller, no he tomado esa decisión todavía. Mis amigos me dicen que siga adelante, pero siento que ya basta. Los años no pasan en vano”, comparte con cierta melancolía.
El taller de Olga no solo es un espacio de trabajo, sino un testimonio vivo de la cultura y la fe que une a las comunidades ecuatorianas. Cada traje que confecciona cuenta una historia, una conexión con las tradiciones populares que han resistido el paso del tiempo. “He vestido a vírgenes y santos de todo el país, y cada pedido es especial porque sé que mi trabajo forma parte de algo más grande. Es un honor que confíen en mí para estas festividades”, afirma con humildad.
A pesar de su deseo de continuar, Olga sabe que el tiempo para pasar la posta está cerca. “Quisiera dejar esto a alguien que valore lo que significa. No es solo coser; es poner el corazón en cada pieza. Es entender que cada detalle tiene un propósito, que cada traje lleva consigo la fe de quienes lo solicitan”, reflexiona.
Mientras tanto, las puertas de su taller siguen abiertas, y los pedidos continúan llegando, especialmente en esta época del año, cuando las festividades religiosas llenan de color y fervor las calles de Ecuador. Olga trabaja con la misma pasión que tenía al inicio de su carrera, aunque ahora cada puntada parece llevar consigo un deseo: que su arte y su legado no desaparezcan con ella.
La historia de Olga Cruz es más que la de una artesana; es la de una mujer que ha dedicado su vida a mantener viva una tradición que une generaciones y refuerza la identidad cultural de un pueblo. Su trabajo no solo es un homenaje a la fe, sino también a la perseverancia y al amor por un oficio que trasciende lo material para convertirse en un símbolo de lo que significa ser parte de una comunidad.
Mientras evalúa los próximos pasos, Olga espera que su legado inspire a otros a continuar esta tradición. “Esto no debería perderse. Es nuestra cultura, nuestra fe, y también nuestra historia. Mientras pueda, seguiré aquí, haciendo lo que amo”, concluye.
En cada manto, en cada traje, Olga deja una parte de sí misma, un pedazo de su historia que queda bordado entre hilos dorados y encajes. Y aunque el tiempo avance, su nombre estará siempre ligado a las tradiciones de Salcedo, un pueblo que encuentra en sus manos una expresión tangible de su fe y su identidad.