El Cubanito de San Francisco

El Cubanito de San Francisco

Sin duda que uno de los barrios más hermosos y pintorescos de nuestra ciudad ha sido siempre San Francisco, lugar lleno de casitas parejas con teja y un parque con plazoleta única, que invita a propios y extraños a disfrutar de este rincón latacungueño.

Esta es la historia de un chiquillo que nació en este lugar, y sin duda es el niño más feliz que se haya podido conocer, sus continuas aventuras lo convirtieron en un personaje peculiar de este barrio.

A muy corta edad su madre, agotada por la energía ilimitada que tenía este pequeño, que estaba a punto de destruir su casa, decidió entregarle a su padre, quien tenía una oficina en este barrio. “Tiene el mismo carácter y curiosidad por la vida que tú” le dijo con una sonrisa.

Y fue así que el pequeño diablillo muy pronto fue bautizado por una de las madres de sus compañeros de juegos como el Cubanito. “Cubanito por aquí, Cubanito por allá”, siempre era solicitado por ser el rey de la travesura. Junto a sus infalibles compañeros de juegos el Gato y el Frabri, convirtieron la plazoleta de la iglesia en un gran estadio de fútbol, donde soñaban con jugar en los más grandes partidos de la Champions League. El Cubanito era Ronaldo, el Gato era Messi y el Frabri, Mbappé. Todas las tardes eran jornadas interminables de las más intensas contiendas futboleras, que solo terminaban cuando, por mala, suerte un zurdazo mortal lanzaba la bola contra los vidrios de la escuela La Salle, y tenían que salir corriendo a esconderse, para que no les maten.

El Cubanito quien era el adulado de las vecinas, se escondía bajo el delantal de su protectora más cercana, Doña Mary, quien por décadas ha vendido caramelos en la esquina, convirtiéndose en parte fundamental y una autoridad para el barrio. El Cubanito heredo el puesto de su madre, quien desde pequeña le ayudaba a vender en su quiosco a doña Mary  y como tal llevaba una herencia de amor y protección de muchos años atrás.

Un día, un nuevo personaje llegó al barrio, el joven y apuesto Jordan, un muchacho voluptuoso, lleno de vida y gran tamaño, sin duda más vivaracho y sabido que el Cubanito y todos sus compinches, quien por ser canchero se pego rápidamente a la gallada; lamentablemente por su volumen el Jordan, no podía seguir el ritmo de sus compañeros, quienes subían y bajaban por todos los árboles del parque y hacían saltos mortales por encima de los baños municipales. Al intentar pegarse el salto mortal, cae torcido el Jordan y casi se jode la pata, lo que por días lo dejaría fuera de combate. Esto lo obligó a quedarse sentado junto a su también voluptuosa madre en la esquina, vendiendo cortados y mirando con mucha envidia los divertidos e interminables partidos de sus amigos.

Después de algunos días, cuando Jordan se recuperó de la pata, quiso seguir el ritmo del Cubanito y su pandilla. Sin embargo, se dio cuanta que sería imposible cogerles el paso del juego. Así que decidió inaugurar un rin de boxeo en uno de los jardines del parque. La novedad no se hizo esperar y en menos de lo que canta un gallo ya había muchos interesados y contrincantes. El Cubanito a la cabeza, el Gato, el Frabri, el Charrito de Oro y muchos más que hacían de este jardín un Madison Square Garden espectacular para la novelería del boxeo.  Fue así que, de uno en uno, el enorme Gladiador Jordan fue cobrando su frustración de no tener la agilidad de sus compañeros. Les metió tremenda pisa a cada uno de ellos, hasta que llego la contienda con el Cubanito, quien era el más pequeño pero travieso del grupo. La agilidad sin medida de este personaje, hizo que se esquivara más de una vez del mortal puño del gigante, pero inevitablemente cayó en uno de sus derechazos y le mando volando al pequeño valiente contra los matorrales. Esto levantó la ira de sus compadres, quienes le cayeron en manada al gigante Jordan y terminaron por completo la relación que tenían. El Cubanito, mal herido lloraba en el suelo de manera inconsolable, mientras su fiel compañera su perrita Capulina, le lamía las lágrimas y los mocos también.

Todos los días amanece, y este triste capítulo quedaría en la historia del barrio. La rivalidad en la cancha continuaría con fuerza, la plaza nuevamente fue el escenario de los combates futboleros más salvajes. Una tarde de esas un misilazo al arco por parte del Frafri no alcanzo a pararlo el  Charrito de Oro quien era el arquero titular, quien se creía Gianluigi Buffon. La bola salió despedida contra una punta y el adorado balón del barrio se poncho de manera inevitable.

Los jugadores se lamentaban con reproches y lágrimas porque se les había acabado el juego.  Fue entonces que se le prendió el foco al Charrito de Oro, y dijo: “En la calle Guayaquil los talabarteros parchan los balones y yo tengo plata”. Este personaje siempre era el más pudiente del barrio, sus padrinos nunca dejaban que le faltara dinero a su bolsillo.

Así que, en comitiva las tristes estrellas del fútbol fueron a ver si le lograban resucitar a su amado balón. Llegaron al lugar y todos con incertidumbre mientras el maestro revisaba a la víctima y luego de un breve diagnóstico, les dio la feliz noticia, de que sí podría resucitarlo, pero que regresen al siguiente día. Sin embargo, los impacientes jugadores casi llorando de rodillas le pidieron al maestro que les ayudara, que no podían esperar ni un minuto más de vida.  Al ver la cara de preocupación de los muchachos, accedió el profesional al arreglo inmediato de su balón.

Mientras los chiquillos esperaban impacientes, un vendedor de pomadas milagrosas apareció en el lugar y les dijo que tenía la bendición llegada directamente desde el Cuzco; la pomada milagrosa que cura todos los dolores. Ésta estaba hecha a base de marihuana, coca, y hiervas exóticas del oriente peruano. El Charrito de Oro quedó completamente hipnotizado por la presentación de este labioso vendedor y dijo: “ Este milagroso producto le compro de ley a mi mamita, que le duelen las rodillas”. Y, como siempre pudiente, sacó del bolsillo 20 dólares y le dio al vendedor.

 El viejo curandero le dijo al Charrito que le de viendo la funda de pomadas hasta volver cambiando el billete. Sin embargo, luego de horas, después de que inclusive ya les habían entregado el balón, nunca llegó el viejo curandero con el vuelto. Les dejó a los inocentes cargados una funda llena de pomadas milagrosas de 50 centavos y sin un dólar para pagar la operación de su amado balón. Fue en ese momento que entraron en desesperación y montaron en lagrimas los pequeños. El talabartero les dijo: “Pero guambras pendejos, cómo le han de dar el billete de 20 dólares. ¡Vayan, vayan de aquí!”

Con una preocupación infinita y mucha tristeza, las jóvenes estrellas del balón pie llegaron a su amada cancha, pero en esta ocasión más preocupados que nunca. Sin saber que hacer para justificar la pérdida de los 20 dólares cargados una funda de pomadas milagrosas, que el Gato comenzó a ponerse en los moretones del fútbol, y el Frabri le decía que no se ponga, que tenían que ir a la policía a denunciar este lamentable atraco.

Luego se acercaron a un vecino taxista y le preguntaron dónde podían ir a denunciar, quien con carcajadas les respondió. “Que han de denunciar eso guambras pendejos, se les han de reír los chapas”.

Fue en ese momento cuando se les entró la desilusión y la impotencia a los pequeños traviesos, quienes se preguntaban: “¿Y ahora qué hacemos?”. Ante tanta incertidumbre y desesperación, se le ocurrió al Cubanito decir: “Oigan amigos, por qué no vamos a vender las pomadas milagrosas para recuperar algo”.

Fue entonces que la esperanza volvió al rostro de los pequeños malcriados. El Gato dijo. “¿Y ahora cómo hacemos? ¿Qué decimos?”. Todos se pusieron de acuerdo que el Charrito de Oro, al ser un artista conocido porque por su voz privilegiada daba conciertos por todas partes y hablaba en público, sería el indicado para dar la reseña e introducción del producto. Luego, el más lanzado, el Cubanito, remataría con el diálogo de las indicaciones de la milagrosa pomada.

 Y fue así como de vecina en vecino iban ofreciendo el milagroso producto. En poco tiempo, se volvió un éxito, y les compraban más de la risa de la presentación de estos cómicos personajes, que por las reales bondades del producto. Sin alargar el cuento, los picaros estafados consiguieron más dinero del que perdieron con esa dudosa transacción en la que se les llevaron los 20 dólares.

El éxito de las ventas fue tal, que inclusive alcanzaron a repartirse entre los demás compañeros. Los afortunados bandidos fueron a festejar comprando los deseados Pancerotis de la esquina y hasta unas tortillas de Guaranda en tiesto, con la gran ganancia que consiguieron los afortunados bandidos.

Esta es una pequeña historia de la cotidianidad del barrio de San Fráncico y sus pequeños miembros, quienes  vivieron tardes inolvidables de sus vidas, en medio de la inocencia y la libertad de un lugar seguro y solidario como muy pocos existen en la actualidad.          

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