Justo cuando él tenía listo todo para retirarse del trabajo y vivir una etapa de descanso y tranquilidad junto a su esposa. Una tos más insistente de lo normal fue razón de preocupación y con ello una serie de exámenes que darían un inesperado desenlace. Justamente, día anterior recibió una de las noticias más dolorosas de su vida: su esposa tenía una enfermedad terminal.
De repente, todos sus planes se vieron opacados por una nube negra de miedo, incertidumbre, tristeza y enojo. ¿Por qué era tan injusta la vida? Camino al trabajo, en medio de aquel tráfico de siempre, pensaba y repensaba en los todos los escenarios posibles. Su mente estaba enfocada en cada detalle: el dinero que necesitarían para el tratamiento, cómo se daría la noticia a la familia y por sobre cómo apoyaría física y emocionalmente a su esposa.
Aquella mañana actuaba por mero reflejo, poco o nada le importaba apresurarse. El resto del mundo parecía seguir su precipitado y monótono ritmo de siempre, pero para él todo había cambiado. De repente, algo perturbó sus pensamientos, el auto de atrás tocaba insistentemente la bocina. Como si él pudiera hacer algo para agilizar el tránsito.
Al principio le restó importancia, pero fue tal la insistencia de la conductora que perdió la paciencia. A manera de burla e insolencia, empezó a frenar a propósito. Sabía que no estaba bien, pero quizá necesitaba un pretexto para desahogar su frustración por lo que no dudo aumentar de tono aquella discusión y acelerar cuando aquella desagradable mujer trató de rebasarlo. No consideró que el semáforo había cambiado a rojo, el choque fue inevitable.
Ahora, no solo tenía que lidiar con la preocupación de la enfermedad de su esposa, se había sumado un brazo roto y todo el proceso detrás de aquel choque.
Versión 2
La mujer estaba ansiosa, llevaba varios minutos de retraso para la reunión en su trabajo. Había pasado toda la noche cuidando de su hijo enfermo, por lo que salir a la hora de siempre le resultó imposible. Allí estaba, en medio de aquel tráfico insoportable, impaciente, preocupada y al mismo tiempo enojada con el mundo. De repente, el teléfono empezó a sonar, la llamaban del trabajo para preguntar dónde estaba, la esperaban en la reunión. Ella insistió que llegaría lo más pronto posible, aunque sabía que esta vez no dependía de ella sino del tráfico. Irónicamente, todo parecía avanzar más lento: los semáforos, los peatones y los demás vehículos.
Presa de la ansiedad, empezó a tocar insistentemente la bocina, con la esperanza que los demás vehículos se movieran. ¡Craso error! El conductor del auto justo delante de ella, lo tomó de la peor manera y contrario a lo que necesitaba, empezó a frenar cada vez que ella tocaba la bocina. Aquel acto de rebeldía colmó su paciencia y fue presa del coraje. Sin pensar en nada pisó el acelerador para rebasar a aquel impertinente. Poco le importó el riesgo que viniera otro auto en dirección contraria, que el semáforo pronto cambiara a rojo o que el otro conductor también acelerara. Para cuando se dio cuenta del riesgo de su acción fue demasiado tarde, había chocado. No solo no llegó a la reunión, tuvo que lidiar con todos los trámites del choque por lo que llegaría todavía más de lo esperado para llevar a su hijo al médico.
Conclusión
Todos tenemos momentos buenos, malos y pésimos. Justamente en estos últimos centramos nuestros sentimientos y deseos. Es natural que en ocasiones seamos presa de la tristeza, la frustración y el enojo, somos seres humanos. El problema es cuando nos enfocamos tanto en nuestros conflictos que olvidamos la posibilidad que las otras personas también pueden estar viviendo momentos difíciles. Como consecuencia: discutimos, peleamos y tenemos conflictos con gente que ni siquiera conocemos y no falta la ocasión donde incluso perdemos el juicio. En cuestión de segundos podemos generar caos y desgracia, tal como el de las dos historias.
Lo cierto, es que independientemente de lo frustrante que resulte nuestro día, necesitamos respirar y pensar dos veces antes de actuar.