La vida me ha confiado el honroso y delicado encargo de escribir unas pocas líneas sobre la vida de Paco Salvador Moral, un pujilense de cepa, nacido en Pujilí en el año del Señor de 1927, del hogar formado por don Francisco Salvador García y doña Luz Adriana Moral. Fue llamado a cumplir nuevos objetivos en otra dimensión, a sus 96 años de vida, dejando encargada la misión terrenal a sus cuatro hijos varones, siendo yo el mayor, y mis hermanos Antonio, Patricio y Pepe. Ruego disculparme la parcialidad que involuntariamente, pero con seguridad comprendida por mis amables lectores, pueda dejar escapar en este ensayo.
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Esta, otrora hermosa y políticamente poderosa comarca, fundada por los españoles a semejanza de sus pueblos ancestrales, tuvo entre sus hijos a ilustres maestros, músicos, clérigos, militares y líderes comunitarios que son orgullo de sus coterráneos. El territorio que abarca lo que ahora es el cantón Pujilí, que celebra sus primeros 172 años, es basto y diverso. Llega desde las cumbres de majestuosos volcanes y nevados, hasta el sub trópico, acogiendo a nacionalidades y pueblos, que lo enriquecen.
Nació como quinto hijo de un modesto hogar que se sostenía con el sueldo del jefe de hogar, como director de la planta eléctrica de Pujilí, gracias a la preparación técnica que había obtenido en mecánica y electricidad, fuera del país. Su abuela Pastora, poseía varias haciendas que aportaban alimentos a toda su extensa prole. Hasta que, por motivos políticos, fue removido del cargo don Pachito y recibió el encargo de dirigir la fábrica de fósforos en Quito. Así es como la familia emigra de su pueblo natal hacia la capital, en 1938.
Debió mi padre asistir a la escuela Brasil y el Centro Escolar Eloy Alfaro. Los Salvador provenían de Quito, lo cual les permitió relacionarse con sus parientes. La vida era dura y los genes de la abuelita Pastora empezaron a activarse en el inquieto muchacho, despertando rebeldía y aventura. Decidió un buen día, con apenas 11 años de edad, negarse a retornar a casa luego de cumplida la rutina escolar, pensando haber perdido el año. Tomó rumbo a las minas de oro en Macuchi, cantón Pujilí, invitando a dos inocentes compañeritos. Desertó uno, pero Grijalva y Salvador se aventuraron en busca de lo desconocido. Su hermano mayor, Mario, había abierto la trocha hacia las minas, siendo apenas cinco años mayor.
Desafiando los peligros propios de un entorno agresivo, agravados en el caso del niño inocente que era, acompañado de su hermano “mayor”, tuvo que imaginarse creativas formas de sobrevivencia y mantenerse a salvo, hasta que fuera devuelto, contra su voluntad, a casa de sus padres. Insistió una vez más, ganándose la confianza de Mr. Pelton, jefe de la mina, quien le ascendió al honroso encargo de su secretario. Una pareja de americanos lo quisieron adoptar. A sus 16 primaveritas, resolvió que ser dependiente no era para él y optó por enlistarse en la flamante “Escuela de Carabineros”, a espaldas de su atribulada madre, ante quien se presentó solamente una vez graduado. Por fin pudo dormir tranquila “Mama Luz”, como cariñosamente la llamábamos.
Lamentablemente, la naciente Escuela fue disuelta por el presidente Velasco Ibarra en 1944, como sanción política al presidente Carlos Arroyo del Río, terminando su etapa policial. La familia debió trasladarse a Cayambe, por haber sido su padre nombrado administrador de la planta eléctrica. La prestigiosa fábrica de quesos González le ofreció un trabajo de técnico lechero, que él no era. Pidió le permitiesen retornar en 3 meses, los cuales aprovechó para graduarse como tal y asumir el cargo.
Pocos meses más tarde, el destino le llevó a encontrarse inesperadamente en el parque de Cayambe, con Olguita Salazar, linda pujilense, a la postre mi madre, a quien conocía desde su infancia. Ella retornaba de Ibarra con destino a Quito en un auto de alquiler, en compañía de su madre Michita, su hermano Ricardo y su prima Lida María Maldonado. No lo pensó dos veces y resolvió “subirse a la camioneta” con el mismo destino que su linda vecinita. Brillante como ella fuera desde niña, en el Normal Belisario Quevedo de Pujilí, ya laboraba como secretaria particular del presidente de la República. El intrépido Paco trasladó su domicilio a Quito.
Su innata vocación para “hacer negocios” junto a su espíritu desafiante y aventurero, le llevaron a emprender actividades comerciales aprovechando la oferta costeña de naranjas de Balzapamba, para abastecer la demanda serrana. Compró una máquina para grabar discos que más tarde la convertiría en una camioneta International destinada a trabajar en el comercio intra regional. No dejaba escapar cualquier oportunidad de negocios que se le cruzara.
En diciembre 1949, Olga y Paco contrajeron nupcias, siendo padrinos el presidente Galo Plaza Lasso y su esposa Rosario Pallares. Esto cambió el rumbo de la vida del ex carabinero, por la fuerte influencia de su cónyuge. Debió dedicarse al estudio, alcanzando el título de contador público autorizado. Trabajó como fiscalizador en el Ministerio de Finanzas. Obtuvo una beca de Su Majestad la Reina de Inglaterra para estudiar “taxation” en Londres. Esto le cambió la perspectiva del mundo y le dio bases sólidas a su intuición. Retornó al país con sueños de hacer cosas importantes, por sí solo.
Intentó lograr un escaño en el Congreso, siendo candidato en Cotopaxi por la lista de Plaza. Su falta de experiencia le otorgó una pérdida estrecha, seguramente con ayuda de la siempre impostora mano negra. Fue electo presidente de la Federación Nacional de Contadores del Ecuador. Fundó su primera empresa en Pujilí, llamada Embotelladora Los Andes ELASA, con productores de aguardiente del cantón, aprovechando la desmonopolización de la comercialización, decretada en 1960. Para constituirla, aportó nuestro pequeño “Rancho Alegre” y maquinaria de su amigo Helge Vorbeck, dueño de Cervecería La Victoria en Quito.
Intrépido como siempre, buscó otras alternativas bajo el esquema de privatización de la comercialización de aguardientes de caña. Así llegó a la remota provincia de Pastaza, donde deslumbró con su juventud y positivismo. Se asoció con productores, manteniendo el control de la industria, mientras sus socios controlaban la producción agrícola, molienda y destilación. Así nace el famoso “PAICO”, como una propuesta nueva, con esperanzas de abrirse mercado en las grandes ciudades. Concentra su creatividad en buscar los caminos y estrategias más adecuadas para lograr su objetivo. El mercado era muy competido y cada provincia tenía su licor de preferencia.
Inspirado en inolvidables noches de bohemia en su Ranchito Alegre, no dudó en despertar a la ciudad de Quito, en las vísperas de su onomástico, con una serenata de música nacional vernácula, interpretada por las más pintorescas bandas de pueblo cotopaxenses. Estas serenatas estuvieron presididas por una comparsa de danzantes pujilenses, acompañados por los tamboriles y pingullos de la familia Tucumbi de Zumbahua. No podía faltar el protagonismo del entusiasta Paco, que se vistió de danzante, en unión de seis queridos amigos que acolitaban sus aventuras, para representar el hermoso acto. Fueron premiados como la mejor comparsa del 5 de diciembre de 1963. Mientras que, las bandas encendieron la fiesta en toda la capital, que decretó al Paico como el elixir preferido de sus fiestas.
La empresa ILREPSA, había alcanzado un sitial privilegiado en el reducido entorno empresarial que apenas daba sus primeros pasos. Fue solamente a partir de 1972, con el inicio de la era petrolera ecuatoriana, que la economía empezó a crecer y su moneda sobrevaluada permitiría importar toda clase de bienes de consumo. Pero antes de este gran paso, la escuálida economía local abría espacio para egoísmos y envidias, a discreción. Así fue que, por mezquinos intereses, de un plumazo, la dictadura de Castro Jijón de 1963, derogó la ley de Oriente, que concedía beneficios tributarios a las empresas establecidas en la región oriental del país, para frenar las intenciones invasivas del Perú, incluyendo los beneficios legítimos de que gozaba ILREPSA, por haberse negado a “negociar” su permanencia, con los gobernantes de facto.
Quizás estos actos de abuso de ilegítimo poder le llevaron a dedicar buena parte de su vida a la política a partir de esa amarga experiencia, de la que no pudo defenderse por no ser parte de los grupos de poder, sino un simple empresario que empezaba su vida productiva desde un apartado rincón de la Patria. En 1967 inició su larga vida política en la Asamblea Constituyente, con su propio movimiento. Llegó a ser elegido Senador de la República, Diputado, subdirector supremo del Partido Liberal. Presidió hasta siete comisiones especiales, por la confianza de los presidentes del Congreso. Participó siempre por la querida provincia de Pastaza que le acogió desde joven y nunca le abandonó. Es autor de la anhelada carretera Baños – Puyo en su última gestión legislativa en 1992-1994 con financiamiento gestionado por él mismo, ante el ex presidente argentino Carlos Saúl Menem.
Fue activo miembro vitalicio del Club de Leones, desde muy joven, llegando hasta la Gobernación del Distrito Ecuador, con total dedicación al servicio comunitario. Fue Cónsul ad Honorem vitalicio de la República de Hungría en Ecuador. Fundó empresas ecuatorianas en varios rincones de la Patria, sin que jamás haya invertido fuera de su país. Se escuchó su voz empresarial y participó activamente en los sectores inmobiliario, financiero, comercial, industrial, agrícola y ganadero.
Pero me atrevo a aseverar que siempre llevó muy dentro de él, con legítimo orgullo, el ritmo de las tonadas pujilenses, en dúo con el espíritu laborioso, luchador y amoroso de mi entrañable madre. Su origen jamás fue motivo de limitación o marginación. Nunca le vi derrotado. Nunca dudó en enarbolar la bandera Patria y hacer frente a cuanto desafío se cruzó en su camino, sin aminalarse!
No tengo duda que Pujilí será escuchada en cualquier dimensión que la Divinidad le asigne un rol. Mientras, en esta dimensión, su ejemplo servirá de aliento y guía para nuevas generaciones de emprendedores ecuatorianos. Esa fue su mayor inspiración.
¡ADIÓS Y GRACIAS PAPÁ!