Con la venia de mis respetados lectores, me permito dedicar este espacio para expresar mis personales sentimientos, con motivo de la partida al infinito, de mi amado papá, don Paco Salvador Moral. Lo hago como demostración de agradecimiento por todo lo que de él recibí, y homenaje póstumo al ser que me dio la vida y guio mi camino hasta enrumbarme en el bien. Dios escoge nuestros progenitores, hechos a medida de nuestra necesidad y jamás se equivoca. En mi caso, mis padres procrearon cuatro hijos varones, once nietos y diecisiete bisnietos.
Pujilense de cepa, nació en 1927 y a temprana edad decidió desafiarle al mundo, buscando futuro en la minas de Macuchi, provincia de Cotopaxi. Pasó por la Escuela de Carabineros, estudió para contador público e ingresó al Ministerio de Finanzas, siendo becado a Inglaterra para especializarse en impuestos. Poco tiempo duró, hasta que su espíritu emprendedor le llamó a formar su primera embotelladora en Pujili, en asociación con productores de aguardiente de Cotopaxi. Fundó ILREPSA en Puyo, Pastaza y conquistó el mercado nacional lanzando su producto estelar PAICO, con danzantes y pingullo en las fiestas de Quito de 1963.
Me imagino que la viva en las tribus aborígenes era similar a lo que me tocó vivir. Un jefe con fuerte personalidad, que no le temía a nada, que cumplía su rol y esperaba que cada miembro cumpla el suyo. Donde no cabía cuestionamiento a los intereses comunales, y reinaba el espíritu de cuerpo, apoyándose uno al otro, sin egoísmos ni resentimientos. Compartíamos penas y alegrías, espacios, amigos, vecinos, parientes, sin hacerle de menos a nadie. El norte lo marcaba el padre y los vástagos debíamos continuar en ese camino de bien. Jamás recuerdo haber percibido la intención de obrar mal.
Dedicó buena parte de su vida al servicio de la sociedad, ejerciendo con devoción su compromiso de miembro del Club de Leones, hasta alcanzar la gobernación. Ejerció un rol político como diputado y senador de Pastaza en varias ocasiones, dejando una estela de fervientes seguidores que jamás le olvidaron.
Como ejecutivo, participó y formó muchas empresas, que incursionaron en la agricultura, industria, floricultura, banca, comercio y construcción, confiando en la dirección de sus hijos. Era un torbellino de ideas, dejando volar su imaginación, sin amilanarse ante la competencia o los grandes desafíos. Demostró siempre, una gran personalidad, presentándose con sencillez pero con total seguridad, ante cualquier foro nacional o internacional. Su carisma quedaba marcado en sus contertulios, que nunca le olvidaban. Despertaba optimismo y alegría en todo momento, que sumado al carisma de mi madre, Olguita Salazar, formaban una pareja ejemplar.
Fue un bohemio en latencia. Amó la música vernácula, la gastronomía ecuatoriana, sus raíces, cultura y todo lo que adorna nuestro entorno. En sus años mozos, cabalgó por los páramos de Chinialó, El Pongo y Chugchilán, disfrutando de las bellezas naturales, el ganado bravo que dominaba la llanura y la vida de mayorales. Aprendió a rasgar la guitarra y tocar el piano, aunque sea para distraer a sus amigos con un par de canciones algo destempladas. Profesaba la lealtad a sus amigos y disfrutó de ellos a plenitud.
Vivió intensamente. No hizo mal a nadie. Ejerció la política para servir a sus semejantes, sin que nunca se viera empañada su gestión en escándalos de poder. Fue un ecuatoriano orgulloso de serlo, que ejerció el liderazgo de su “tribu” para formarlos en valores, dando ejemplo de ello. Nos dejó un legado de valentía, dinamismo y confianza para salir adelante. Nos comprometió a seguir ese camino del bien. Fue muy generoso con todos. Un gran maestro.
¡DIOS TE PAGUE PAPÁ!