En medio del Parque Nacional Llanganates, donde la selva andina se mezcla con la niebla y la humedad se instala en cada rincón del cuerpo, se desarrolla uno de los entrenamientos más exigentes del Ejército Ecuatoriano. Es el XXVI Curso de Andinismo, Búsqueda y Rescate Militar, organizado por la Escuela de Fuerzas Especiales, que reúne a 18 alumnos y 10 instructores en un escenario donde la naturaleza impone sus propias reglas.
El capitán de Infantería Jairo Guallo, jefe del curso, lidera esta experiencia formativa que inicia con el módulo de nociones básicas de montaña. El objetivo es claro, preparar a los soldados para sobrevivir y actuar en escenarios de media, alta y baja montaña, no solo como combatientes, sino como rescatistas. “Les enseñamos a enfrentar condiciones adversas, con escasa logística y en clima hostil. Deben ser capaces de sobrevivir y cumplir la misión”, sostiene Guallo.
La instrucción se realiza con intensidad, cada estación plantea un reto, aprender a obtener agua de fuentes naturales, encender fuego con recursos mínimos, construir bohíos con vegetación, preparar alimentos en campo abierto, y reconocer plantas medicinales como la chukiragua y el zunfo. La supervivencia se convierte en una ciencia, pero también en un arte.
El teniente Cristian Chacón explica que el curso se estructura en cuatro módulos, el primero es el que actualmente se desarrolla en los Llanganates, después vendrán las fases de roca, búsqueda y rescate en zonas agrestes, rescate en espacios confinados, y finalmente la fase de hielo, que incluye ascensiones a nevados emblemáticos del país.
“Este tipo de formación es integral. Nuestros alumnos deben estar listos para todo escenario”, indica.
La presencia de un equipo médico y una ambulancia garantiza la seguridad del personal, aunque la instrucción no admite debilidad. El sargento primero Richard Montenegro recuerda que antes de comenzar se realiza un reconocimiento del terreno para confirmar su idoneidad. “Nada se deja al azar. Cada metro de selva ha sido inspeccionado”, asegura.
El curso, además de su valor táctico, tiene un fuerte componente humano. José Montero, alumno, lo resume así: “Este curso nos forma no solo como soldados, sino como seres humanos capaces de ayudar en cualquier situación. Nos entrenamos para rescatar, para servir, para sobrevivir. Es el mejor curso de la Brigada”.
A lo largo de los días, el entrenamiento endurece el cuerpo y fortalece el espíritu. El frío, la lluvia, la escasez se convierten en compañeros de jornada, los instructores enseñan con el ejemplo; los alumnos responden con compromiso. “Este tipo de experiencia nos hace mejores soldados. Nos da herramientas para cumplir con nuestras misiones y apoyar al país cuando más se necesita”, concluye Guallo.
Entre el lodo, la vegetación densa y el eco de los gritos de instrucción, los 18 alumnos del curso se forman con la montaña como maestra, cada ejercicio, cada paso en la humedad agreste, los acerca más al objetivo, convertirse en rescatistas militares del Ecuador, no es un entrenamiento cualquiera, es una escuela de vida.
Para quienes cursan este entrenamiento, portar el uniforme militar no es solo una insignia de jerarquía, sino también de entrega, cada paso en el fango, cada noche en el suelo húmedo, cada bocado improvisado en pleno páramo, construye una mística que no se enseña en aulas, sino que se forja entre piedras, raíces y neblina.
“No solo somos soldados, somos personas que nos preparamos para salvar vidas”, insiste el teniente Cristian Chacón. “El país necesita soldados con conocimientos técnicos, pero también con empatía y disciplina para actuar en emergencias reales”.
La conexión con el entorno es parte del aprendizaje, durante la jornada, los instructores enseñan a los alumnos a respetar la montaña, a leer el comportamiento del clima, a identificar señales naturales, a saber cuándo retirarse y cuándo resistir. No todo se trata de fuerza bruta, se trata también de intuición, inteligencia y paciencia.