Las puertas de la vieja casa parroquial se abren con dificultad, la madera hinchada por la humedad, cruje como si hablara, el aire es espeso, cargado del polvo que deja el tiempo cuando pasa sin permiso. Las paredes resquebrajadas, apenas sostienen el recuerdo de lo que alguna vez fue un centro de vida eclesial. Pero entre los escombros, aún late una esperanza de convertir este espacio en el primer museo religioso y cultural del cantón Salcedo.
No es un sueño nuevo, ya el padre Antonio Vaca cuyo nombre se repite con respeto y cariño, hablaba de esta posibilidad hace años. Lo comentaba entre homilías, reuniones y conversaciones pausadas, convencido de que la memoria necesita refugio, hoy, esa misma idea es retomada por otro sacerdote, quien ha visto en este lugar no solo un inmueble al borde del colapso, sino un santuario en potencia
“No fue una idea mía”, aclara con humildad. “El padre Antonio lo pensó primero. Yo solo recojo ese sueño e intento empujarlo hacia adelante, aunque los obstáculos sean muchos”. Habla con pausa, como quien mide las palabras no por corrección, sino por peso emocional, así lo explica el padre Giorgio Peroni, párroco del cantón. Sabe que lo que está en juego no es solo un edificio antiguo, es la posibilidad de proteger reliquias, imágenes, ornamentos, vestimentas, memorias. Todo lo que hace a un pueblo reconocerse en su fe y en su historia.
En una de las habitaciones, aún se conservan algunas piezas litúrgicas. Están cubiertas con sábanas que no alcanzan a protegerlas del polvo ni de los años. Hay trajes del Príncipe San Miguel, vestiduras del Señor de la Justicia, esculturas antiguas, algunas carcomidas, otras enmohecidas. “Estas cosas no solo tienen valor material. Son parte del alma del pueblo. Se usaron en procesiones, en misas, en momentos de alegría y también de duelo. Guardan energía, guardan historia”.
El proyecto del museo no tiene aún fecha de inicio, tampoco tiene presupuesto definido, las intenciones existen, pero los recursos son escasos y las gestiones burocráticas, lentas. Durante los últimos tres períodos de gobierno local, se ha hablado de la idea, pero nunca se ha formalizado, las autoridades han cambiado, y con ellas las prioridades, lo que permanece es la convicción de algunos pocos que insisten en que todavía se puede.
“Hemos conversado con los alcaldes, con los obispos, con la Dirección de Patrimonio en Riobamba, incluso vinieron arquitectos a revisar la estructura, dijeron que sí, que tiene valor, que vale la pena. Pero hasta ahora, respuestas formales, ninguna”, explica. Y entonces vuelve al punto central, el dinero, restaurar un bien patrimonial es costoso, mucho más que construir algo nuevo. “Porque no se trata solo de arreglar. Hay que respetar la forma, la técnica, los materiales, hay que intervenir con conocimiento y con corazón”.
La casa parece resistirse al derrumbe, como si supiera que aún puede tener una última vida. Pero sin acción pronta, el riesgo de colapso es real, el sacerdote ha pensado incluso en conformar un equipo pequeño que pueda encargarse de la gestión, un grupo técnico y comunitario que asuma la responsabilidad de diseñar el museo, buscar financiamiento, organizar el inventario de bienes y planificar su conservación.
“No es un trabajo de una sola persona, esto lo tenemos que hacer entre todos. Si la comunidad no se compromete, si el pueblo no lo hace suyo, no va a funcionar”.
Entre quienes conocen el proyecto, la emoción se mezcla con la desconfianza, muchos han visto pasar promesas que nunca se cumplen, otros creen que hay temas más urgentes, pero también hay quienes saben que perder estas piezas sería como arrancar páginas enteras de un libro que no se ha terminado de escribir.
“No se trata de un capricho, se trata de defender lo nuestro, de que nuestros hijos y nietos puedan ver con sus propios ojos lo que nosotros veneramos, lo que celebramos, lo que nos dio sentido durante generaciones”, dice con firmeza. Y es entonces cuando la idea del museo deja de ser una iniciativa aislada y se convierte en una propuesta de comunidad.
La casa no solo serviría como museo de objetos religiosos, también podría albergar archivos, fotografías antiguas, documentos parroquiales, un espacio de encuentro, de pedagogía patrimonial, de turismo cultural. “Hay tanto que mostrar, tanto que contar, no podemos seguir guardando todo en cajas o peor aún, dejar que se pierda o que se lo lleven los amigos de lo ajeno”.
Algunas de las reliquias ya se han perdido, algunas, robadas, otras, deterioradas por falta de cuidado, la urgencia no es un asunto estético. Es una necesidad patrimonial. “Aquí hay siglos de historia, cada pieza es un testimonio y si no las protegemos ahora, luego será demasiado tarde”.
Pese a todo, no se rinde, dice que seguirá tocando puertas, hablando con quienes quiera escuchar, mostrando las piezas con la delicadeza de quien enseña un tesoro. “A veces uno tiene que sostener los sueños solo, hasta que alguien más los vea y decida acompañarlos”.
La casa parroquial aún resiste, pero no podrá hacerlo sola, necesita manos, recursos y decisión, sobre todo, necesita que el pueblo de Salcedo crea que su historia merece un lugar digno, no solo por lo que fue, sino por lo que todavía puede ser.