Imaginemos nuestra casa, aquel lugar de descanso, donde invertimos una buena parte del tiempo para dormir, comer, descansar e incluso practicar algún pasatiempo. Aquel santuario es sumamente importante para nosotros y anhelamos tenerlo en buen estado, es por ello que invertimos nuestro tiempo y presupuesto en su limpieza, orden y cuidado.
Sin embargo, se pueden presentar situaciones imprevistas y según su gravedad hay que cambiar de planes y orientar todos los recursos necesarios para solucionar el problema lo más pronto posible. Sea una cañería rota, un techo con goteras, fallas en el sistema eléctrico, humedad en las paredes… sí o sí hay que hacerlo. Dado que es nuestro hogar y velamos por el bienestar de nuestra familia y el nuestro: actuamos de inmediato. En el mejor de los casos, lo hacemos nosotros mismos; pero si supera nuestro conocimiento y capacidad: nos informamos, buscamos especialistas y cotizamos algunas opciones. A ello se suma que procuramos elegir buenos materiales, no siempre los más baratos, pero siempre lo que mejor nos convenga; al fin y al cabo es nuestra casa.
Solo una vez que logramos resolver las situaciones prioritarias podemos enfocar nuestra atención en el tema estético y decorativo. Si aún contamos con presupuesto, lo invertimos en aquellos detalles que pueden embellecer nuestro hogar; compramos lámparas, muebles y cuadros, añadimos plantas en el jardín, cambiamos de color las paredes, una nueva obra o quizá incluso hacer una reunión con los amigos para celebrar.
¿Usted se imagina organizar una fiesta justo cuando encuentra una falla eléctrica en su casa? Claro que no, primero necesita arreglar las conexiones eléctricas porque además de ser algo urgente, para cuando realice la celebración podrá tener las condiciones necesarias para que ésta marche sin novedad; de lo contrario será dinero mal invertido e incluso podría poner en riesgo la seguridad de sus invitados. Lo más lógico y razonable es orientar toda la atención y presupuesto a la emergencia, ya después podrá venir la celebración.
¿Por qué entonces algo tan evidente para nosotros resulta tan difícil de entender y aplicar para las autoridades? Obviamente hay una gran diferencia entre la administración de una casa y una ciudad, pero en los dos casos hay que actuar con inteligencia, conciencia y quisiera pensar que también con una buena dosis de cariño. ¿Cómo se puede entender entonces que a pesar de tener incendios, escasez de agua y racionamiento de energía eléctrica, se sigan realizando las festividades de la ciudad como si nada hubiera pasado?
No me malinterpreten, siempre me gustaron las jochas y la fiesta de la mama negra, creo que son una buena forma de entretener a la gente, fomentar el turismo y recordar las tradiciones, pero en el momento en que vive la ciudad NO SON TRASCENDENTALES. Las festividades implican gran logística y una buena inversión de recursos, dos cosas que bien podrían ser invertidas en las emergencias actuales. ¿O es que acaso nos sobra personal y dinero? Esto atenta al sentido común y hasta cierto punto parece ser la mejor forma de evadir las verdaderas responsabilidades y “mantener tranquilos” a algunos ciudadanos. Lo cierto es que, todos los latacungueños a diario tienen que lidiar con la inseguridad, tráfico, baches, comercio informal, falta de aceras, semáforos innecesarios, ausencia de agua potable, racionamiento de energía eléctrica, incendios, sequías, obras inconclusas… La lista de necesidades y urgencias es tan larga, que el solo hecho de insinuar seguir realizando las celebraciones es burlarse de los sectores más necesitados.
Si la aspiración de las autoridades es fomentar el turismo y el comercio, hay que crear las condiciones suficientes para que se desarrolle a cabalidad. No basta con tener una celebración, se necesita también contar con agua, electricidad, seguridad, limpieza, facilidad de acceso, infraestructura y cualquier otro aspecto que permita no solo a los visitantes tener una grata experiencia sino también a los ciudadanos tener una mejor calidad de vida.
Es preocupante que las autoridades crean que por el solo hecho de seguir realizando las festividades la situación de los latacungueños va a mejorar o peor aún apaciguará sus reclamos y necesidades. Las fiestas nos cambian el ánimo, pero siendo objetivos en las circunstancias que vive la ciudad no ayudan en NADA. Solo se traduce como un desperdicio de recursos, un atentado al sentido común y una burla para con los sectores más necesitados.