El calendario electoral cerró las inscripciones definitivas para los aspirantes a presidente, vicepresidente y asambleístas nacionales y andinos, para el período 2025-2029. El Código de la Democracia establece “incentivos” para que se formen alianzas entre sujetos políticos, buscando la reducción del número de candidatos. Sin embargo, poco efecto ha tenido esta estrategia, seguramente porque los beneficios económicos no superan aquellos que pueden lograr en el camino, especialmente si logran una curul y saben sacarle provecho.
Entre el 13 de septiembre al 2 de octubre, se llevó a cabo el proceso de reordenamiento de candidaturas y alianzas, intercambiando candidatos y ofertas, hasta cuajar las componendas que les convengan. Sorprende la hermandad que aflora entre los actores políticos, muchos de los cuales han sido protagonistas de hechos bochornosos que han marcado nuestra historia contemporánea. Todo es posible en ese medio tenebroso de la lucha por el poder. Todo es negociable, mientras sea en favor de llegar al ansiado puesto.
Las primeras evaluaciones que podemos sacar de los binomios presidenciales inscritos, es que reina la improvisación. La mayoría de candidatos, ni siquiera tenía previsto aspirar a una candidatura. Esto, por sí solo, demuestra la falta de preparación formal y práctica para ocupar una dignidad tan alta. El mérito ha sido, en la mayoría de casos, pertenecer al género que se requería para cumplir con la equidad obligatoria. Adicionalmente, se han preferido rostros atractivos, figuras elegantes, facilidad de palabra, popularidad y carisma. Mientras que las capacidades y experiencia, han sido relegadas.
Esto demuestra una debilidad estructural de los partidos y movimientos políticos, que se han convertido en empresas electorales que se activan al momento de la campaña política, pero duermen el sueño de los justos el resto del tiempo. Solamente viven activos los directivos, que no pasan de ser un grupúsculo de avivatos que hablan de unas bases inexistentes y negocian el poder imaginario que tienen, en beneficio de su círculo de confianza. Por consecuencia, los candidatos no tienen la solvencia ni respaldo que predican las normas electorales. Tristemente, el electorado debe escoger de un menú limitado de opciones, la mayoría de los cuales no deberían constar.
Cosa similar ocurre en las elecciones para asambleístas. Con el agravante que no solo deben presentar un candidato, sino tantos como le correspondan a determinada provincia. Si la provincia tiene que elegir cuatro asambleístas, se debe inscribir una lista completa de cuatro principales y cuatro alternos, manteniendo la paridad de género y al menos 25% de jóvenes, por debajo de 30 años cumplidos. Esto es un vía crucis para las dirigencias, que buscan desesperadamente quienes acepten prestar su nombre “solo para inscribir la lista” pues de lo contrario, será rechazada.
No tiene sentido llenar la papeleta con nombres desconocidos, confundiendo a los electores, provocando desinterés y apatía por la obligatoria participación en los comicios, votando por el menos malo, basándose en la escasa información que disponen. En medio de un tsunami de candidatos, considerando que cada lista provincial debe constar dos veces el número de candidatos, como asambleístas tengan derecho a elegir una provincia, es casi imposible evaluar los méritos de todos ellos. Apenas se pondrá atención al cabeza de lista, a quien favorecerán todos los votos consignados por su lista, siendo muy difícil que logre elegirse el segundo en la lista y peor los siguientes.
Este complejo panorama, es fruto del cálculo de la clase política, que busca favorecer su hegemonía, relegando a un segundo plano los intereses del Ecuador. Los ciudadanos debemos rebelarnos ante estas manipulaciones y castigar a sus autores con nuestro voto. Este no es un concurso de popularidad ni de belleza.
¡VOTEMOS POR MÉRITOS!