La Sierra Central ha sido blanco de atentados piro maníacos que han destruido vastas extensiones de bosques, tanto naturales como plantados por el hombre, especialmente por empresas que cultivan determinadas especies forestales “maderables” que se destinan a procesos industriales con destino local e internacional. La ausencia de lluvias, presencia de fuertes vientos y baja humedad de la vegetación, son propicias para propagar incendios que en gran mayoría, son provocados por siniestros agentes de la ignorancia o la maldad, con fines ocultos.
Las partes altas de las cordilleras, han sido depredadas por el inconsciente ser humano que, a pretexto de sobrevivir, ha destruido la vegetación propia, especialmente páramos cubiertos con pajonales propios de ese entorno, que captan y almacenan el agua en la “alfombra natural” que cubre el suelo. Posteriormente, se libera el agua almacenada, de a poco, hacia los riachuelos que forman aguas abajo ríos, que a su vez alimentan los sistemas de distribución de agua para consumo humano en los valles.
Los nuevos cultivos que predominan las alturas, fomentan la erosión de los suelos debido a la falta de prácticas culturales tecnificadas, causando un daño irreversible al entorno natural, y especialmente a la preservación de las fuentes de agua. Mientras que, las áreas de páramo que sobreviven, están pobladas de ganado vacuno, caballar y ovino, atentando contra la fragilidad de la vegetación propia, causando daños que se evidencian con el pasar del tiempo. Si bien la formal determinación de la frontera agrícola está dada, las autoridades encargadas de su cumplimiento, son impotentes ante la imposición de la voluntad depredadora de los agricultores.
Los pocos pero importantes esfuerzos de forestación, técnicamente llevados, provienen de la empresa privada, que responsablemente y bajo estrictas condiciones legales de preservación, cultiva especies que se convierten en productos terminados con destino local y de exportación, generando empleo, conservando el hábitat de especies de fauna y flora que a su vez contribuyen a una mejor calidad de aire, así como fuentes de agua limpia que sirven para pequeños agricultores de la zona. Estas explotaciones forestales, conviven en armonía con las comunidades que habitan en sus inmediaciones, a beneplácito de las partes. Además, han abierto senderos para caminantes y ciclistas que disfrutan los secretos que guardan los hermosos bosques que adornan las faldas de nuestro majestuoso volcán.
Estadísticamente, los mayores daños por causas naturales han sido los incendios en la provincia de Cotopaxi, superando a terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, etc. probablemente debido a la exuberante vegetación que en el pasado cubría la mayor parte del territorio. Esos flagelos debían ocurrir en la temporada seca de verano, ante las condiciones favorables de baja humedad y alta temperatura. Seguramente, se extendían rápidamente por la presencia de fuertes vientos y la ausencia de cuerpos de bomberos con equipos adecuados que existen ahora. La presencia de poca población, reducía el riesgo de pérdidas de vidas humanas. Mientras que la alta densidad poblacional actual, pone en riesgo la vegetación y las viviendas con sus numerosos habitantes.
En resumen, los campos en la provincia de Cotopaxi han sido depredados. La ausencia de bosques debe ser corregida con un plan ambicioso de forestación con especies maderables que nos conviertan en una potencia forestal con capacidad de ofertar productos de calidad al mundo, generando empleo, equilibrando el medio ambiente para mantener los regímenes lluviosos, preservar la fauna propia de la zona y detener la erosión. Finalmente, el paisaje y el ambiente natural, se convertiría en un destino turístico en beneficio de todos los receptores de turismo, que ha florecido espontáneamente en sus alrededores. Sigamos y apoyemos el buen ejemplo de las empresas forestales existentes.
¡COTOPAXI VERDE!