La ausencia de lluvias en toda la región interandina, está tocando fondo, con serias consecuencias para los habitantes, por la escasez de agua para consumo humano y para riego. Después de cuatro años de pandemia, con sus nefastas consecuencias, enfrentamos un conflicto armado contra organizaciones delictivas calificadas como terroristas. Los llamados Grupos Delictivos Organizados (GDO) han proliferado desde hace más de 10 años, pero han salido a la luz, los últimos 5. Todo apunta a la existencia de pactos ocultos para “vivir y dejar vivir” de mutua conveniencia, entre los gobernantes de turno y quienes controlan los negocios ilícitos.
Un buen día, sin haber controlado los efectos de estos dos grandes males, nos despertamos en tinieblas, con el anuncio de apagones. Esta ingrata noticia nos tomó de sorpresa, pues han pasado varios años sin que hayamos requerido tener velas a la mano y capacitarnos como no videntes para deambular en la oscuridad, en nuestra propia casa. La primera reacción fue buscar culpables, señalando hacia Carondelet, demandando certeza. De pronto, el sector eléctrico se tornó en el centro de atención de todos los ciudadanos, que empezaron a “especializarse” en generación eléctrica.
Empezaron a surgir teorías y especulaciones de todo tipo y de todos los rincones el país. En especial, la clase política encontró en este tema una excelente fuente de recursos políticos para acribillar al gobernante de turno, más aún si pretende reelegirse. Todos, sin excepción, se rasgaron las vestiduras y señalaban a otros como culpables de esta crisis energética. El fondo del problema radica en la dependencia de generación hidroeléctrica y el extremo estiaje que la naturaleza ha dictaminado, sin fecha de finalización, como evidencia del “CAMBIO CLIMÁTICO” que la humanidad ha provocado, con su estilo de vida.
Angustiados por la falta de luz eléctrica, hemos descuidado las consecuencias de la sequía en el campo. La situación de los agricultores y ganaderos es desesperante. Han perdido las cosechas, no pueden sembrar como correspondería en estos meses, los costos se disparan por la baja productividad, pierden ingresos con los que sobreviven, desesperan por no disponer de alimento para sus animales que no esperan y no advierten el fin de esta grave crisis. Se sienten impotentes y abandonados por el Estado y sus compatriotas. Esto les lleva a buscar culpables y soluciones milagrosas que no existen.
Este es el caldo de cultivo ideal para que los politiqueros, estando en campaña, promuevan marchas, paros, protestas, demandas, agresiones y manifestaciones para pescar a rio revuelto, buscando erigirse como héroes, dispuestos a darlo todo para salvar al pueblo, del que solo les interesa el votito. Con audacia, sostienen teorías que jamás les llevarán a dar solución al problema que vivimos. Aunque dejen de volar para siempre las avionetas de la escuela de pilotos en Latacunga, no será garantía de que volverán las lluvias.
El fenómeno climático es de más grandes dimensiones. Es regional, abarcando todo el continente sud americano y se extiende a nivel mundial. En partes la sequía es extrema, mientras en otros lares, las lluvias torrenciales arrasan con todo, como en España. La naturaleza está resentida por la mala utilización de sus recursos y ahora nos impone sus reglas, sin que podamos detener la furia de los fenómenos climáticos. Lo que corresponde ahora, es asumir con cabeza fría lo que viene y aunar esfuerzos entre los actores y los sectores públicos competentes, para tomar acciones técnicas y creativas, que vayan en auxilio del sector campesino que sostiene nuestra vida con los alimentos que producen. Todos los sectores involucrados deben bajar las banderas partidistas y sentarse a poner la cabeza en la búsqueda de soluciones.
¡FUERA POLÍTICOS!